lunes, abril 03, 2006

Los viajes al interior del país, lejos de la capital uruguaya motivan la razón para pensar más allá de la cotidianeidad citadina. Hoy regresé de Pinar, una pequeña zona urbana a 30 kilómetros de Montevideo ubicada al lado del río del Plata.

Buscaba respirar una atmósfera más allá del caos concurrente desde hace dos meses, desde que abría la puerta de la pensión hacia la calle y me encontraba con ruido y smog. Fin de semana y sin ganas de ir a una fiesta en una casa antigua del centro que nos habían invitado fue el ingrediente principal para el viaje… todo ya era monótono. Estudiantes de la pensión me comentaron que desde la calle de enfrente, salen ómnibus hacia el interior del país dirigidos al Este. La tarifa no es nada extensiva.

Comimos en casa y salimos en busca de un lugar tranquilo para pasar el fin de semana. Al minuto de estar esperando en la parada de colectivos, pasó un ómnibus con destino a Pinar -¿dónde es?- me preguntó Areli –no lo sé, pero lo que si sé es que está a un lado del río. Subamos- cargamos las mochilas y pagamos 46 pesos uruguayos por los dos pasajes.

Después de 30 minutos, llegamos al centro del pueblo, una zona con varios comercios pequeños en camino terregoso. El lugar se veía tranquilo. Me acerqué al vendedor de fruta preguntándole si existía un lugar para acampar, me respondió con negación. No me desanimaba puesto que grandes tierras con tan poca gente, seguro encontraríamos donde pasar la noche. Me senté a fumar un tabaco Sarandí mientras Areli entraba al supermercado.

-¿Tienes tabaco que me regales?- me preguntó un joven de polo negra –claro- afirmé. Tomó un poco de la bolsita de plástico mientras me preguntaba que de donde era. -De México- respondí. -¡México! Pues aquí es un lugar bonito. Yo me crié y aquí sigo- me contesta sonriente Ramón. -oye y ¿sabes donde podríamos acampar?- le pregunté -pues si acampan en la playa nadie les dice nada. Sigan este camino derecho y ya está. ¡Adiós!- Ramón dio la media vuelta y siguió moviendo un trapo detrás de un automóvil que se movía hacia atrás. El conductor le dio unas monedas y sin quitarse el tabaco de la mano, Ramón tomó el dinero y dejó sin querer humo en la cara de su donador.

Partimos hacia el rumbo propuesto por Ramón. A los dos kilómetros, encontramos un camino pequeño al lado de la avenida principal. Lo seguimos. Pasamos por unas viviendas muy lujosas y grandes, en comparación con lo que he visto en los alrededores del interior del país y de la capital, estas casa representaban un nivel económico alto pero ¿de dónde sacan el dinero estas personas tan alejadas de un trabajo económicamente redituable como lo puede ser en capital?... me lo sigo cuestionando. Mis hipótesis comentan que estas casas son de descanso, de empresarios, de extranjeros jubilados o simplemente son terrenos baratos. Tal vez es una urbanidad fantasma donde solo existen casas y la gente es singularmente inexistente. El silencio en las calles me confirmaba alguna de estas ideas.

Llegamos a unas pequeñas dunas con cierta vegetación perdida entre niveles altos de arena. El viento soplaba fríamente y con gran fuerza. Me recordó a Villa Gessel; una playita de la Argentina a 600 kilómetros de Buenos Aires que visité hace un par de meses. Ubicamos un pino con ramas entretejidas como un techo para arreglar nuestro campamento.

Dos días en tierras pasivas para escribir, pensar, dormir con horarios de luz natural y ejercitar los swingers era lo necesario para cargar energía y regresar a la ciudad con paciencia despejada para el trabajo escolar y mental.

Dos mujeres en la inmensidad de la naturaleza con la conciencia de descansar en un lugar desconocido fue sin duda la experiencia principal. El silencio femenino y la sensación de soledad por dejar a la pareja mexicana a miles de kilómetros sincronizó en la fogata y en los despertares soleados, el entendimiento mutuo junto a las olas mitad río mitad océano Atlántico. Unimos recuerdos y fuerzas entre Areli y yo. Una enlazadora de mundos y una noche… las dos magnéticas dando gracias a los cuatro puntos cardinales por esta magnífica oportunidad de ver un atardecer con matices ventosos y colores que evocan en mi memoria a un arco-iris.

Ahora, sigo al paso citadino uruguayo con el horario nuevo de México en la mente que en vez de ser 3 horas las que nos distancian, son dos las que me recuerdan las tierras del norte. Las lindas tierras por las cuales lucharé a mi regreso.

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