viernes, enero 30, 2009

Suspiro vacacional. Parte I

Su cuerpo de metal cargaba un toldo para proteger a los usuarios del sol y del aire, mismo que al subirme a la camioneta, le huí. El transporte público que lleva a 4 playitas de Oaxaca es una van de carga humana, con un par de kilos de más, en pertenencias. El porta equipaje, espacio arriba del conductor fue mi asiento de viajero. El aire acariciaba bruscamente mis oídos y ojos siendo parte de aquella sensación de libertad natural, entre curvas asfálticas y bordes pomposos y verdes. Entre velocidad y ramas esporádicas que cruzaban al nivel de mi cabeza, el viaje era intenso y divertido. Así llegué de nuevo a Mazunte, sede de mi segunda visita a aquellas playas de Oaxaca.

Desde Ventanilla hasta Puerto Ángel, conocí personas características del lugar. Habitantes, turistas, trabajadores, jubilados, paseantes, vagabundos, ignorad@s, fiester@s borrach@s, bromistas, rebeldes, pescadores, artistas, cociner@s policías, jóvenes y viej@s. Todos, convocados en el mirador de aquel bello horizonte; mitad cielo, mitad océano.

Alfredo Vargas y José López trabajaron aquel 31 de diciembre. Provenientes de Tonameca, forman parte de la policía municipal. Su tarea consiste en observar, intimidar, cuestionar y detener, o al menos fue lo que alcance a percibir ese día. Pero ahí, en aquel pedacito de playa, también charlaron, rieron y se despidieron tímidamente de aquella chica solitaria que descansaba en el sol. Si, pueden imaginarse que aquella desafortunada era yo. Pero el infortunio tuvo fin al buscar saber más de ellos. Su labor se caracteriza por “ser de 24 horas” al descansarlas de corrido por lo mismo en al labor de proteger y servir. Ellos me explicaban que estaba peligroso andar sola, y que cómo me llamaba. La charla duró unas cuantas fotografías de mi parte y ellos, con más minutos que los debidos para inspeccionar el área sin ninguna novedad, se despidieron amablemente de mi. En esos días por las playas, los más detenidos eran distraídos jóvenes, que festejaban al toque del Tetrahidrocanabinol en ese pueblo encantado.



¿Y tú cómo ves esto de la marihuana?- le pregunté a un chico de 19 años habitante de Mazunte. –pues esta bien. Uno va al mar, y el porro, y surfeas, y chido- sus amigos ríen mientras observaban el caminar de lindas extranjeras.
-y trabajas o estudias- continué. Su rostro percibió un recuerdo desagradable que borró en segundos. –estudio la prepa y… pero pues faltan días- rió. Mirandome de pies a cabeza comenzó la platica de por qué tan sola, que yo necesitaba un lugareño para vacacionar. Entre su realidad de atracción y mi gusto por preguntarle cosas, nació la confianza entre los dos y sus amigos escuchas, y comenzamos a indagar en lo que hacía el otro. Aquellos mazunteños de entre 16 y 25 años, conseguían y vendían lo que les hacía reír sin parar. Un poco para ellos y el resto para el cliente. Mientras tanto, camionetas de la PFP y de la policía municipal merodeaban a turistas desprevenidos y culpables. El problema del narcotráfico se reflejaba a lo largo y ancho del territorio. Campesinos protegiendo plantíos por mínima paga, distribuidores que sueñan con un mejor ingreso y jóvenes que disfrutan del efecto son parte de la realidad de esas montañas, de esa orillita de tierra frente al profundo océano.

Y como cualquier lugar de México que atrae para descansar, para vivir del descanso de otros, para descansar mientras se trabaja, o para pensar si trabajar o descansar; en fin de año es una fiesta incontrolable y continua. Bailé y celebré como todos los perseverantes, el amanecer y su primer destello en el océano. Los rayos del sol se reflejaban en mi piel mojada que mientras bailaba, algunos cuerpos inertes comenzaban a mover las extremidades. En aquella playa Bermejita, buen inicio de día, de ciclo gregoriano, de vibración solar, de perseverancia cósmica.


Ese primer día del año 2009, el silencio mazunteño se asentó más que una tarde de domingo. La mayoría de los presentes durmieron durante todo el día. Los más altos sonidos provenían de pájaros, de grillos, de lagartijas; de los pies descalzos sobre la tierra fría y húmeda, del viento en las copas de los árboles, de los gallos y de las tranquilas olas.

Al terminar la tarde, se escuchó un ánimo musical desde la Pescadería Juquilita, gran atracción para las pocas miradas que cruzaban a su lado. Dentro de la pequeña construcción de ladrillo, bailaban dos mujeres con minifalda y dorada piel morena, entre otras 5 personas con cervezas en mano. Sus poros, extraían el sudor alegre de aquel ritual, al ritmo de salsa. Todo cerrado menos la pescadería.

Caminé por entre sonrisas amables, por miradas cabizbajas a causa del alcohol o la timidez. Charlé con individuos que se irían con el oleaje vacacional y con otros, que no cambiarían el amanecer desde alta mar, por un horizonte invadido de cemento.

(siguiente capítulo… diálogo con pescadores y más…)


Fotos: Patricia Karenina