lunes, agosto 16, 2010

Cuore in Italia

Mi corazón se aceleró. Entré al ritmo de la realidad italiana y sembré en sus tierras el compromiso de regresar pronto. Su historia tocó el pulso de mi memoria y l@s compañer@s que conocí en el camino, o las luces ya en él; arroparon mi corazón enrojecido con el placer de estar ahí.

Llegué de tarde a Venecia. Aún sin sol, mi piel y la ropa sudaban a la par. Una hora después, con una birra en la mano, nos sumamos al festejo de La Redención que recordaba el final de la peste en el siglo XVII y el pretexto para construir la Iglesia de la Salud. Quien me lo contó fue un abuelo veneciano que vende libretas, brújulas, góndolas y plumas fuente artesanales. 45 minutos de fuegos artificiales, cientos de gritos provenientes de todo el mundo y los amigos esporádicos del espacio; fueron parte de aquella fiesta en la Plaza de San Marcos.

Foto: Patricia Karenina

Venecia terminó rápido y en Bolonia disfruté la segunda noche italiana. El calor mayor a 35 grados no impidió salir a pedalear entre sus construcciones naranjas y sus viejos secretos. El Viento Rítmico no dejaba de compartirme el Bolonia de su vida.
Le dije adiós a la ciudad abandonada por los estudiantes en vacaciones. Le dije hasta luego a los secretos anaranjados de sus historias. Llegué en tren a Verona, pedaleé al centro de la ciudad y salí de ahí en cuatro ruedas con motor, por los horizontes del norte de Italia. Brindamos con un Pritz por el tesoro que encontramos entre tierras de altura y el Lago Di Garda, donde me empapé hasta el corazón.

Foto: Maurizio Galassi

Por la tarde nos condujimos hacia las montañas de Malga Fratte para disfrutar, entre un pedazo de bosque italiano y unos campos recién arados; la música de la Orchestra Di Piazza Vittorio. Mas de 300 personas disfrutamos sentados, acostados o bailando la mezcla de estos músicos que trabajan principalmente en Roma. La música con mezclas africanas, latinas y europeas me regalaron con el baile de las nubes, un calor de verano europeo inimaginable.



Me adentré al bosque y le di gracias con la intensión entre sus viejos árboles. Maurizio el hermano de viaje, me invitó a esta frontera más allá del concierto para experimentar el viento, el silencio y el sol y otras voces más terrenales. Le canté a un abuelo, le hablé y toqué mi corazón con su gruesa corteza. Mis pies encima de sus raíces, se sentían protegidos de cualquier mal picoso o venenoso y sólo me dejé llevar por el canto de su centro de vida.

Foto: Patricia Karenina

La noche nos tomó por sorpresa camino a Siena. El atardecer más allá de las 21 horas provocó aun más que olvidara del tiempo que me ata a la agenda. Respiré la belleza natural del tiempo por cada poro de mi alma.

Uno de los hogares más bellos que encontré en el viaje fue en La Toscana. Ciertos duendes italianos con gustos en antropología, música y agroecología y hadas pintoras y alegres; nos compartieron su techo, su alegría, sus amigos y sus costumbres. Días antes de iniciar otro anillo –año- según el calendario de las 13 lunas, disfrutamos bajo la luna llena, la limpieza del cuerpo con la desnudez desde el corazón y regalamos a las estrellas cientos de deseos por reencontrarnos de nuevo en el siguiente ciclo. La Toscana me alimentó al caminar por sus poblados, al nadar en el Brena y al sentir lo que aun queda de San Galgano. Olí de cerca sus girasoles adictos al sol y confabulé con las abejas en su guarida de polen.

Foto: Patricia Karenina

Roma aguardó a mi arribo. Sus tierras, donde la historia se congela entre los monumentos y el turismo superficial; marcaron en mi andar, el último destino en Italia. Después de que mis ojos vislumbraran la naturaleza en su máximo esplendor, fue en la gran capital donde re-conocí el dolor del poder sobre el pueblo. Como cualquier punto céntrico de un país, prevalecen las más impresionantes bellezas y las más podridas tristezas. Perderse en sus calles aún sigue siendo un pasatiempo pero observar las redadas de migrantes que buscan ganarse el día, para mi es una tortura. Curiosa la forma de “espantar las moscas” en las calles. Sólo necesitas un sombrerito azul y un chaleco amarillo para limpiar en 3 segundos los paseos peatonales turísticos y cumplir el mandato del Estado de no apoyar el trabajo de migrantes indocumentados y la venta ambulante.

Foto: Patricia Karenina

Me hizo falta la bici en Roma pero, como me pasó en la gran ciudad de París; el tiempo invertido para que “puedas” lograr tu cometido, es a veces mayor del que inviertes en disfrutar. Las prioridades en un viaje tan corto, cambian. Preferí caminar.

Gusté de conocer Roma por un par de días y disfruté también salir de su furia urbana para festejar el Día Fuera del Tiempo el 25 de julio. Fregenne a pocos pasos del mar, alberga uno de los grupos del Arte Planetario que invitaron a festejar con cantos, charlas y meditaciones en tonos cósmicos, el inicio del Anillo Luna Entonada. Mau y yo brincamos en la playa con la energía compartida de aquella familia.

Foto: Patricia Karenina

El 27 de julio volé sobre el Mediterráneo y parte de la península Ibérica para aterrizar en Madrid. El calor de Roma no lo recuerdo tan áspero como el español… Era una siguiente nueva tierra.

martes, agosto 10, 2010

Lo que fue mi París...

Es necesario el bajón del vuelo, y en todo sentido; es necesario. La oportunidad de conocer por primera vez algunas partes características de Europa fue exquisita como una pequeña asomadita a esa diversidad de realidades, que mis cinco sentidos no conocían en su pasado. Al menos en esta vida. Si hubiese tenido que quedarme a trabajar o estudiar, hubiera requerido más de un mes para asimilar que pisé esas tierras. Regresar a mi terruño me ayudó a simplificar lo que más me asombró.

Sena de noche.
Foto: Karenina Casarín


Llegué a México el sábado pasado (Dragón Auto-existente Rojo, según el tzolkin) después de 26 días en otras latitudes que en giros, es como ir en contra de la soleada rítmica que se da el planeta bajo su propio eje. En vez de describir que volé 11 horas tiempo humano, -aquel 11 de julio- aseguro la pérdida de un día entero de 2:10 de la tarde a las 8:00 am del siguiente día, mientras que en mi tierra seguían dormidos disfrutando la madrugada. Ocho horas adelantada, sin resaca del vuelo y con adrenalina que me abría los párpados; aterricé en París, Francia.

La luna es nueva, son inicios de verano europeo y los urbanos huyen de capital mientras que los turistas se acercan. Los que se quedan a trabajar saben ahora quien es su público, su cliente o su víctima. Todo es color turismo, con ofertas y tráfico en exceso de peatones.

Foto: Karenina Casarín

Sí existen diferencias con el mundo de donde provengo, pero no las percibía en los visitantes europeos a mi país; sino hasta que toqué su forma de ensalsar la cotidiana forma de vivir en sus dominios. La sociedad que se mezcla con musulmanes, orientales y latinos; su naturaleza como las pomposas y pequeñas nubes, el clima húmedo, los árboles con hojas desconocidas; su increíble política de agua potable gratuita en cada fuente con figuras de mármol, piedra o cemento. También lo percibí en el interés de relacionarse con los extranjeros y sus estrategias para lograr acuerdos, amistad, consumo o fronteras.

Uno de mis objetivos en esta ruta pequeña por Francia, Italia, parte de España y Cataluña; fue visualizar más, lo que viajó por barco a nuestras tierras y qué se injertó de manera automática allá por el siglo XVI. Antes de este viaje veía que la avaricia, la conquista, la religión y la tortura eran los principales recuerdos de los mexicas ante los europeos… porque actualmente la generalidad nos quema en esas acciones. Ahora después de regresar, confirmo lo reflexionado y sumo una tristeza más. ¿por qué no nos ingertaron también la precisión y puntualidad, el gusto al culto o la apertura mental a las diferencias? Requiero de más pasos para profundizar, pero de esta caricia de información, revuelvo varias opiniones al respecto en mi cabeza.

Foto: Karenina Casarín

La historia de los poderes fácticos en familias reales que envolvieron a grandes artistas, científicos y pensadores; es una basta razón para entender la alabanza –o aceptación- a los poderes actuales de gobierno, pero no es la justificación para continuar engañándonos bajo su mando. ¿Cómo comparar la belleza de una escultura del encuentro entre Afrodita y Cupido, con el cuerpo entero del Rey Luis XV de Francia? ¿Cómo inspirarse con la historia de los misioneros de San Galgano en la Toscana, en comparación de la riqueza aún presumida y no utilizada de la Ciudad del Vaticano? Para mi vale más el símbolo que provoque normalizar el amor como un modus vivendi para el triunfo en vida, que conocer el mayor gasto de esperanzas de un pueblo en costosas mejorías a la egolatría y el opio para olvidar su infelicidad.

Caminé y caminé. París se enalteció en mi búsqueda de bellos espacios, mejores áreas para la bicicleta, en la recuperación de la historia y la convivencia civilizada, pero cayó de mi gracia por su antipatía en los habitantes sobre quienes no hablamos francés. La delicada y admirada figura de su cultura se rompe en desencanto cuando uno no tiene ni idea de cómo pedir un panini en su idioma. Por ello, compré un bocadillo con un señor de Sri Lanka y bebí agua de la fuente más cercana.

Foto: Karenina Casarín

Disfruté tomar un autobús y el metro para llegar al centro pero no pude disfrutar de las bicicletas del sistema Velib ya que mi tarjeta de crédito no fue aceptada. ¿por qué? La máquina señaló que no disponía del crédito ni para el deposito de 150 euros. Sin hablar francés, ni dialecto de máquina anti-tarjetas mexicanas, me dispuse a caminar por horas y días en aquella impactante y bella ciudad.

Foto: Karenina Casarín

Disfruté un concierto de Alpha Blondi frente al Hotel de Ville, una botella de Cotes du Rhone por la noche frente al Sena y la multiplicidad de músicos en las calles del viejo mundo europeo que da giros en los recuerdos de millones en el mundo. Mi París se cargó de encuentros, de posibilidades, de reflexiones y excitaciones; de ensueños y patria francesa en su fiesta de independencia. Mi París rondó por los cafés de las esquinas, los museos, los puentes y la librería Shakespeare. El París que se me presentó sombrío en una mañana de lluvia, me despidió con el sol al atardecer que me recibiría en Venecia.

“No todo lo que veo lo quiero escribir, pero sí todo lo que observo lo puedo sentir”.