POR: Ivabelle Arroyo (Publicado en Periódico Mural)
martes 08 de abril de 2008
Por eso, aunque la participación social es sana, unos ineptos en el Gobierno pueden volverla peligrosa
Una multa de caricatura es uno de los episodios más claros de la crisis de desgobierno en la zona metropolitana de Guadalajara. No es broma. Ni lo de la multa, ni mucho menos lo del desgobierno, pues en las últimas semanas la febril actividad de los ciudadanos habitualmente amodorrados ha tomado dimensiones preocupantes.
Un día, el desayuno viene aderezado con imágenes de protestas por la contaminación en el Río Santiago; otro, el café se sirve con la elocuencia de las familias que dominan los vericuetos de los planes parciales de desarrollo y traen en jaque a las asociaciones de colonos de Bugambilias o de Ciudad del Sol o a funcionarios municipales. Otra mañana el jugo se toma con solidaridad hacia los hombres de gorra que defienden el bosque de los Colomos y varias jornadas después el día comienza siguiendo el recorrido del monero que generó la primera avalancha de quejas ciudadanas ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos.
Las papelerías de las colonias ya se volvieron especialistas en pancartas, los bloggeros tienen callo en los diseños para mentarle la madre al Gobernador, y las páginas web de los diarios son un hervidero de intercambio de buenas ideas, groserías, argumentos rojos, poderosos o calientes, y propuestas descabelladas.
Todo esto está muy bien y, al mismo tiempo, está extraordinariamente mal. Que la gente salga a protestar, se organice para evitar abusos y se involucre en los asuntos públicos es una señal de salud ciudadana, pero un peligroso, peligrosísimo síntoma de idiotez gubernamental.
La multa de caricatura sirve muy bien para explicar el fenómeno. Resulta que algunas organizaciones ciudadanas (GDL en bici y Una ciudad para todos, entre otras) han emprendido una acción más contra la ceguera de los jaliscienses que no entienden que ante el colapso automovilístico hay opciones que pueden perseguirse para cambiar la mirada hacia las calles. Paseos en bici y páginas con información de rutas son apenas dos de las iniciativas que han prosperado y en la lista se apuntó una nueva e imaginativa idea: dejar a los que entorpecen la vida en las banquetas una boleta que cualquiera puede imprimir con la leyenda "Multa de la vergüenza. Usted está obstruyendo uno de los pocos espacios destinados al peatón, no nos obligue a pasar por lugares de riesgo."
La idea ha funcionado con éxito en otros países, aunque usted no lo crea, y el argumento subyacente consiste en encarecer civilmente el costo de una acción indebida. No en términos monetarios, se entiende, sino sociales, pues es como si el auto del infractor fuera señalado con el dedo. Aunque la medida es casi de risa, es mejor que nada, y aquí es en donde viene el meollo del asunto: relean esta oración, deténganse en la parte que dice "es mejor que nada" y piensen dos veces en lo que eso significa en ése y todos los demás ámbitos en los que los ciudadanos han salido a alzar la voz. Salir a exigir que se cumpla la ley; leer, entender y pedir respeto a los planes parciales de desarrollo; defender a los niños que respiran la contaminación del Río Santiago; explicar que un emo, un punk, un una pelirroja, un flaco o una gorda deben ser protegidos de agresiones exactamente en los mismos términos; pedir que los programas deportivos incluyan seguimiento médico en el Code; elaborar una lista de prioridades presupuestales; dibujar en el aire la visión de una ciudad amable; juntar firmas para pagar lo justo al subirse en un camión, y erigirse como agentes morales de tránsito parecen acciones encaminadas a construir desde el principio un Estado. Es como si no existiera ya una Constitución, como si no hubiera leyes, como si no hubiera instituciones y contrapesos. Es como si se regresara a crear todo desde el principio, como si hubiera que discutir otra vez cómo y para qué se hace un gobierno. Cómo convivir en paz, cómo planear el futuro, cómo discutir.
Por eso, aunque la participación social es sana, unos ineptos en el Gobierno pueden volverla peligrosa, pueden provocar que apunte en desconcierto hacia los miles de intereses que una sociedad compleja genera. Es lo que este Gobernador está haciendo: está minando poco a poco, por omisión y confusión, la frágil membrana de la conducción gubernamental.
Por eso, aunque la participación social es sana, unos ineptos en el Gobierno pueden volverla peligrosa
Una multa de caricatura es uno de los episodios más claros de la crisis de desgobierno en la zona metropolitana de Guadalajara. No es broma. Ni lo de la multa, ni mucho menos lo del desgobierno, pues en las últimas semanas la febril actividad de los ciudadanos habitualmente amodorrados ha tomado dimensiones preocupantes.
Un día, el desayuno viene aderezado con imágenes de protestas por la contaminación en el Río Santiago; otro, el café se sirve con la elocuencia de las familias que dominan los vericuetos de los planes parciales de desarrollo y traen en jaque a las asociaciones de colonos de Bugambilias o de Ciudad del Sol o a funcionarios municipales. Otra mañana el jugo se toma con solidaridad hacia los hombres de gorra que defienden el bosque de los Colomos y varias jornadas después el día comienza siguiendo el recorrido del monero que generó la primera avalancha de quejas ciudadanas ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos.
Las papelerías de las colonias ya se volvieron especialistas en pancartas, los bloggeros tienen callo en los diseños para mentarle la madre al Gobernador, y las páginas web de los diarios son un hervidero de intercambio de buenas ideas, groserías, argumentos rojos, poderosos o calientes, y propuestas descabelladas.
Todo esto está muy bien y, al mismo tiempo, está extraordinariamente mal. Que la gente salga a protestar, se organice para evitar abusos y se involucre en los asuntos públicos es una señal de salud ciudadana, pero un peligroso, peligrosísimo síntoma de idiotez gubernamental.
La multa de caricatura sirve muy bien para explicar el fenómeno. Resulta que algunas organizaciones ciudadanas (GDL en bici y Una ciudad para todos, entre otras) han emprendido una acción más contra la ceguera de los jaliscienses que no entienden que ante el colapso automovilístico hay opciones que pueden perseguirse para cambiar la mirada hacia las calles. Paseos en bici y páginas con información de rutas son apenas dos de las iniciativas que han prosperado y en la lista se apuntó una nueva e imaginativa idea: dejar a los que entorpecen la vida en las banquetas una boleta que cualquiera puede imprimir con la leyenda "Multa de la vergüenza. Usted está obstruyendo uno de los pocos espacios destinados al peatón, no nos obligue a pasar por lugares de riesgo."
La idea ha funcionado con éxito en otros países, aunque usted no lo crea, y el argumento subyacente consiste en encarecer civilmente el costo de una acción indebida. No en términos monetarios, se entiende, sino sociales, pues es como si el auto del infractor fuera señalado con el dedo. Aunque la medida es casi de risa, es mejor que nada, y aquí es en donde viene el meollo del asunto: relean esta oración, deténganse en la parte que dice "es mejor que nada" y piensen dos veces en lo que eso significa en ése y todos los demás ámbitos en los que los ciudadanos han salido a alzar la voz. Salir a exigir que se cumpla la ley; leer, entender y pedir respeto a los planes parciales de desarrollo; defender a los niños que respiran la contaminación del Río Santiago; explicar que un emo, un punk, un una pelirroja, un flaco o una gorda deben ser protegidos de agresiones exactamente en los mismos términos; pedir que los programas deportivos incluyan seguimiento médico en el Code; elaborar una lista de prioridades presupuestales; dibujar en el aire la visión de una ciudad amable; juntar firmas para pagar lo justo al subirse en un camión, y erigirse como agentes morales de tránsito parecen acciones encaminadas a construir desde el principio un Estado. Es como si no existiera ya una Constitución, como si no hubiera leyes, como si no hubiera instituciones y contrapesos. Es como si se regresara a crear todo desde el principio, como si hubiera que discutir otra vez cómo y para qué se hace un gobierno. Cómo convivir en paz, cómo planear el futuro, cómo discutir.
Por eso, aunque la participación social es sana, unos ineptos en el Gobierno pueden volverla peligrosa, pueden provocar que apunte en desconcierto hacia los miles de intereses que una sociedad compleja genera. Es lo que este Gobernador está haciendo: está minando poco a poco, por omisión y confusión, la frágil membrana de la conducción gubernamental.
arroyomural@yahoo.com.mx
1 comentario:
Está buena la idea. Aquí en Buenos Aires, estacionar en cualquier lado es costumbre y las discusiones que siguen también.
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