lunes, agosto 10, 2009

Viaje Catehua. Parte I

Un pretexto perfecto para experimentar la incertidumbre del camino; son las vacaciones.
Mochila en la espalda, un camino identificado más no definido; la cámara, libreta y el silencio de mi sola presencia; me acompañaron.

Foto: Patricia Karenina

El trayecto fue el siguiente: inicié en el puerto de Veracruz. De ahí, salí hacia Catemaco y me quedé en la playa de Montepío dos noches. Después regresé a Catemaco por una noche para reconocer el lugar. Salí al día siguiente hacia Acayucan con la finalidad de subir a un bus que fuera a Tuxtla Gutiérrez. Bajé en esta ciudad grande y calurosa, e inmediatamente tomé el nocturno a San Cristóbal de las Casas. 4 noches para conocer los alrededores no fueron suficientes, pero si disfrutadas en su totalidad. A la mañana siguiente, salí hacia Boca del Cielo; una playita chiapaneca que simula el paraíso. Dormí en aquel silencioso lugar y pasé la otra noche en Puerto Arista, a 15 kilómetros de ahí. Por la madrugada, salió el autobús hacia Pochutla, Oaxaca. Llegué a Mazunte al medio día, y de ahí… la mirada aterrizó. El eterno retorno de la vida que he escogido, me solicitó estar en Guadalajara. Con emoción del viaje, ideas de mis próximas huellas y retos clavados en la resistencia; he regresado.

Aquí un poco de lo que disfruté y conocí por la voces del camino.

Desembocadura Río Máquina. Montepío, Veracruz.
Foto: Patricia Karenina

Llegué a puerto. El horario del pasaje me ayudó a decidir si me esperaba en la central o ir por mi lechero a “La Parroquia”. El autobús salió 40 minutos después que lo compré así que el cafecito esperó.

En el autobús a Catemaco, me senté junto a María Fernanda, una señora de unos cuarenta y tantos años que me explicaba por donde pasábamos. Nacida en San Andrés Tuxtla y aventurera de corazón, me contó cómo ha disfrutado su tierra, cómo la identifica, cómo la siente. ¿Has sentido cuando el mar esta triste? Preguntó. Yo recordé su furia, o cuando juguetea o está apasionado, pero no triste. Hablamos y nos intercambiamos sensaciones con la naturaleza. Pasamos llanos de albatros y un poco de los Tuxtlas. Su pueblo –antes que mi destino- estaba de fiesta y me invitó a quedarme, pero mi destino ya estaba señalado. Con su sincero y dulce rostro me deseó buena suerte y se despidió. Le encontré un cierto parecido a la sonrisa y los ojos de mi abuela.

En los tuxtlas la selva se hizo presente. De pinos cimarrones extrañamente identificados en las llanuras de temperaturas altas, entramos a flora húmeda. Uno se vuelve parte de ella, con el sudor y las ganas de estar igual de desnuda que la naturaleza. Disfruté el camino con 45 kilómetros más que María y llegué frente a la laguna. La tarde comenzaba a caer y tenía ganas de acampar o quedarme en las orillas del agua. ¿Alguna playita para acampar? Pregunté a los vendedores ambulantes. –a dos cuadras encuentra las piratas y te llevan-. Perfecto, pensé. Las piratas rojas, claro…

A dos cuadras volví a preguntar y me señalaron unas camionetitas Van con lonas rojas. –la pirata la lleva-. Me aseguró una lugareña. Subí y disfruté rodear todo el lago por una estrecha carretera. Sentí que el tiempo en la Van se alargó más de lo esperado y pregunté a una pasajera por algún lugar de hospedarse. Me inquietó con su respuesta de nula existencia, pero después, el conductor me prometió llevarme al mejor lugar. Pasamos varios poblados, entre ellos Sontecomapan y Zapotalito.

Río Col. Camino a las cascadas Las gemelas
Foto: Patricia Karenina

Llegué a Montepío. Me presentaron a Don Santo, dueño de la primera palapa restaurantera de la playita. Su localito mitad palma, mitad lámina era iluminada por el atardecer. Llegué frente al mar cuando el sol tocaba el monte en el horizonte. –Estás en buenas manos- me dijo el chofer de la pirata e inmediatamente salió de regreso. El trabajo de Don Santo fue el que me alojó por dos noches en aquella linda playa. Un cuartito con su baño y una cama con colchón era justo lo necesario. Me explicó el seguro de la puerta de entrada, me presentó a los perros; las noches solitarias en las calles y su familia y sus actúales retos. –ya casi termino estos tres cuartitos-. Señaló una obra negra como de 16 metros de largo. –sólo me falta la corriente e luz y el agua-. En su caminar muestra cansancio y dificultad pero no dejar de hacerlo con fuerza y dedicación. Me contó de su experiencia en el ejército por seis años, de su familia que ahora sólo vive con su hija Concepción de 23 años, otra de 35 que es enfermera y su sobrino Gabriel de 17, quien más le ayuda en el trabajo diario. Actualmente su mujer vive en Santiago de Tuxtla, debido a su diabetes. Don Santo tiene 62 años.

Por la mañana me dirigí hacia Laguna Escondida. Del pirata, me bajé y caminé 2 kilómetros hasta encontrarla. Antes del centro de biología de la UNAM, vi un sendero monte arriba que luego baja hasta un río, la laguna; y su silencio. Contemplé, disfruté y regresé. –¿vienes sola?-. Me preguntó una mujer desde una abarrotería. A mi afirmación, me advirtió que en la zona había maleantes. Lo bueno, es que no estaba interesada en encontrármelos.

Las Gemelas, Montepío. Veracruz
Foto: Patricia Karenina

Por la tarde regresé a Montepío y caminé hacia unas cascaditas llamadas Las gemelas. Con el agua fría y una altura de 4 metros, caí a refrescar mi cuerpo cansado de caminar al medio día. El calor influía continuamente en las gotas de sudor que caían en mi andar. Permanecer en el agua helada del río fue una entera satisfacción y hasta n jugueteo de clavados con unos paisanos de Cosamaloapan. Regresé al restaurante de Don Santos por la playa. Su superficie inclinada y con arena porosa aumentó el esfuerzo al caminar, pero la felicidad de “estar” ahí, me generaba más fuerza.

Por las noches, la marea aumenta y provoca el desprendimiento del lirio en cualquiera de los dos ríos en Montepío. El oleaje del turismo -principalmente familiar- olvida kilos de basura en las playas y mesas de los locatarios. El viento y el olvido turístico regalan a la playa más que lirio en la arena. Al caer la oscuridad, en diversos terrenos queman plásticos y todo deshecho que no se puede acumular por mucho tiempo, ya que el camión recolector sólo pasa cada semana. Una costumbre de útil solución pero de trágica reacción al medio ambiente. Lo que los habitantes se preguntan es ¿qué hacer si el turismo ingresa diariamente y la recolección no?

Río Máquina y los restos del oleaje
Foto: Patricia Karenina

En la comida y el desayuno, Santo se acercó a platicar conmigo. Recordó cuando hace dos años, el huracán Stand desbarató todo el restaurante y varias construcciones más por la costa. Antes unas lindas maderas soportaban el lugar, ahora sólo alcanzó para unas láminas. –entró a las dos de la mañana- platicaba Santo. –la velocidad de 130 pego fuerte. No le tememos al agua, sino al viento-. Describió cuando trató de recoger maderas que estaban en el agua mientras llovía, y una gran ola le pegó de lado. Ni la vio. –Dios todavía no me necesitaba- me aseguró al contar como había salido de ahí.

¿Y cuando regresas?- me preguntó en mi partida. -Seguro que ya estarán los cuartitos terminados para que te traigas a tus amigos-. Me deseó buen viaje, me dio un abrazo y un beso en la mejilla. La dureza que los años tejieron en su cuerpo y su corazón reflejado en una cálida mirada; no se desprendieron en ningún momento durante nuestra conversación. Movimos las manos mientras la pirata me alejaba del lugar. En mi cabeza repasaba la frase que me decía a cada rato Santo en un momento de silencio –ah que chiquilla ésta-.
Sonreí todo el camino.

Karenina y Don Santo

Llegué a la entrada de Nanciyaga y el camping La Jungla. Caminé lo justo para llegar cansadísima a montar mi casa, limpiarme el sudor, tirarme al pasto y recobrar la energía. Ese día, Catemaco se me hizo presente. La lluvia, las aves, el turismo y los que se decían sabedores de la magia se cruzaron en mi camino. Todo cayó como la noche.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tu narració parece como un cuento en el que las palabras pintan paisajes, sonidos y sensasiones!!
G.